Imagen tomada de www.relojes-especiles.com
Decir que la
soberanía emana del pueblo implica decir que solo este tiene potestad para
dirigir su destino, o, lo que es lo mismo, que ninguna mayoría absoluta
artificial de representación, tiene derecho a tomar iniciativas al margen de
este. En un país cuya ley electoral incluya elementos como la ley d’Hondt u
otras fórmulas que limiten la democracia real, la soberanía popular no puede
existir si no se tratan en referéndum vinculante cada una de las leyes que se
pretenden aplicar. Y si la soberanía popular es burlada en esos sistemas de
representación, tampoco se puede hablar de auténtica democracia. Los gobiernos
de fuerza “democrática”, donde no se representan a todas las minorías, tampoco
son democráticos.
Por todo
esto, hay que luchar contra la perversión de las mayorías absolutas que, en el
fondo, son fuente de radicalizaciones y corrupción, pero que jamás son una
representación real de la democracia.
Por otro
lado, hay que entender que, si bien la soberanía debe ser del conjunto del
pueblo, no se puede pedir que este sea uniforme. Por eso mismo la soberanía,
para ser democrática y justa, debe entender y respetar la heterogenía del
pueblo, porque allí donde no existan comprensión y respeto, la soberanía queda
rota como queda roto el pueblo. Y es obvio que si tenemos pueblos diferentes
también tenemos que tener soberanías diferentes.
Llegados a
este punto, la “españolización” de Catalunya constituye una flagrante falta de
respeto contra Catalunya y los catalanes, cuya inclusión en la soberanía
española se basa en una comprensión de España no exclusivamente castellana. Así
pues, la definición castellanizante de España es totalmente excluyente y obliga
a definir a España por sus partes, por lo que ya no podemos hablar de un único
pueblo y, por tanto, una única soberanía.
De este
modo, la perversión centralista y excluyente, es fuente generadora de una
soberanía propia para todos los pueblos de España que no entran en su nueva
definición. Es por eso que ya podemos definir, sin lugar a dudas, que la
soberanía de Catalunya reside en el pueblo catalán y que su inclusión o no en
España es exclusiva potestad del pueblo catalán y que, en base a la soberanía
natural de los pueblos, puede establecer su secesión del resto de pueblos
españoles, cuando así lo considere. Otra situación bien diferente sería si
quisiera asociarse de nuevo a España, dado que entonces debería contar con la
aceptación de los pueblos que en ese momento la conformaran.
En resumen:
la soberanía de Catalunya reside exclusivamente en el pueblo catalán y la
negación de esta realidad constituye una prueba más de que España es un país
donde no se entiende la realidad de los términos “soberanía” y “democracia”.
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