El tema de la Independencia de Catalunya es mucho menos nuevo de lo que la
gente se piensa. Y aunque es cierto que solo una minoría ha manifestado desde
siempre el deseo y la necesidad de esa meta, también lo es que, no muy en el
fondo, también estaba ese deseo en el resto de catalanes, ya fuesen nativos o
asimilados. Lo que sucede es que para esos catalanes había un sentido, también
muy catalán, denominado “seny” que les decía que eso no era posible.
Bueno, en Catalunya acostumbramos a llamar “seny” a lo que muchas veces no
es más que “miedo”. Ya sea miedo a las consecuencias, miedo al cambio o miedo a
perder nuestra relación con una España a la que también queremos. No en vano,
la mayaría de nosotros los catalanes, tenemos una parte de nuestros orígenes,
en las tierras de España.
Pero lo triste es que esa España que debió mimar a Catalunya y quererla. La
que debió recordar que muchos de sus hijos se habían refugiado en Catalunya
para poder tirar para adelante. Esa España se creyó en el derecho de volver a
robar el pan a los que allí se habían ido, para volver a enriquecer a los
señoritos que les obligaron a huir de España.
Por lo general, siempre que se habla del tema catalán todo parece mucho más
complejo, pero no lo es. Solo son capas y capas, de emociones, traiciones,
mentiras, intereses… pero la pura realidad es que a ningún español de bien le
debería preocupar que Catalunya se independizara, porque en verdad nada les
llega a ellos de lo que allí se roba, porque hasta las infraestructuras que se
hacen con ese dinero, son inutilidades como el AVE que, ni aportan riqueza, ni
durarán el tiempo suficiente. Solo son una excusa para desviar un dinero que
hace falta en otras partes.
Pero el ser humano es tan mezquino que si se le da algo o a alguien a quien
odiar, se olvida de la realidad que le rodea, y muchos votantes del PP (por
ejemplo) votaron a ese partido, que solo ha servido para dañar las estructuras
funcionales de nuestro país, solo porque les brindó la posibilidad de odiar a
alguien. Esa es una de las muchas capas de emociones que hoy enturbian la
realidad y, a un tiempo, aceleran la necesidad de independizarnos.
Pero con todo esto, alguno dirá que hay catalanes que no quieren la
independencia. Yo me limito a decir que eso no es así, que hay catalanes que no
saben que quieren la independencia, catalanes que ponen sus intereses
personales (aunque muchos quieren creerse que son intereses generales) por
encima de los del pueblo catalán y colonos que se hacen llamar catalanes cuando
no saben lo que eso significa.
A todos los catalanes les gustaría que Catalunya fuera independiente, pero
la gran mayoría de catalanes no está dispuesta a sacrificar nada para lograrlo.
Han tenido que ser muy grandes los desencuentros con Madrid, los agravios del
gobierno central y muy poderosas las amenazas de seguir durmiendo con un auténtico
enemigo; para que una gran masa de catalanes se ponga de acuerdo y en movimiento,
hacia lo que ya no es un sueño sino una necesidad: la Independencia.
Y aun cuando las evidencias son tan tozudas, algunos buscan resquicios para
evitar el enfrentamiento. Recuperan el sueño trasnochado de una España federal
que respete las Bases de Manresa (cuando no pudo respetar ni un Estatut
mutilado). Y juegan, por ese sueño, al sueño de Podemos, que traerá una nueva
Constitución donde aún no existe ni una sola letra.
A estos últimos yo puedo decirles que a España, con Podemos o sin ellos,
aún le faltan muchos años para alcanzar la democracia. Porque la democracia
debe enseñarse desde pequeños y España lleva muchos años de PP y PSOE y aún no
ha pisado por otra escuela que no sea la de los herederos del Paco. Por eso les
diría que Catalunya ya tiene un proyecto de Constitución y España solo un
papelote que el Tribunal Constitucional reinterpreta, en el perjuicio de todos,
cuando le viene en gana.
A todos esos que el sacrificio les atemoriza, puedo afirmar que yo también
tengo miedo, pero que, tal y como están las cosas, me da mucho más miedo seguir
en España. Fuera las cosas van a ser muy difíciles, pero dentro serán
imposibles.
Y para los que no tienen ninguna duda (pero ninguna) sobre que Catalunya es
España, solo puedo decirles una cosa: no se autodenominen catalanes, porque ni
lo son, ni comprenden la realidad de ese término. Ustedes, hayan nacido donde
hayan nacido, tengan la herencia que tengan, son simples colonos que ocupan una
tierra a la que no entienden y se mezclan con un pueblo al que en realidad ni
quieren, ni respetan. Porque solo que guardaran un poco de respeto por esos
conciudadanos con los que se cruzan a diario, ya tendrían que tener un millón
de dudas sobre la viabilidad de la actual relación entre Catalunya y España.
Y a los señores de Podemos, y en especial a Pablo Iglesias, le pediría que
primero escuche a los catalanes antes de tomar según qué iniciativas, porque
puede que, sin saberlo, este pidiendo a muchos catalanes que se traicionen a sí
mismos por un sueño incompleto. Porque la Casta siempre será la Casta, pero hay
abrazos que descargan toda la ansiedad de un pueblo mucho más allá de los
clasismos sociales. Y es que el amor, como el odio, no entiende de clases, pero
el primero es mucho más sano que el segundo. Por eso yo nunca negaré un abrazo
a nadie si es que la ocasión lo merece.
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